Hola, soy Oleg Salenko y les voy a contar mi vida.
Fui parido en Leningrado (a.k.a. San Petersburgo), en la antigua Unión Soviética, casualmente en Octubre de 1969. Оле́г Анато́льевич Сале́нко, así me pusieron mis viejos o el estado, y me dediqué de manera azarosa al balompié, llegando a jugar para la selección. En el artículo anterior hablamos de Eusebio.
Aquí debo confesar que si mi nombre ha trascendido los documentos cívicos se debe tan solo a un partido: en el mundial del ‘94 le encajé cinco pepinos a Camerún. Algo que hasta ese momento ningún mortal había conseguido, y creo que hasta el día de hoy no hay otro que me iguale. Esta circunstancia hace que sea más conocido por los fans de los record guiness, que por los amantes del fútbol.
Jugué en el Logroñés, un intrascendente equipo español que estuvo diez años en Primera División. Pero me estaría haciendo el crack si dijera que tuve algo que ver con ello.
Oleg Salenko – comienzo de carrera
Empecé a jugar a este deporte implacable con bolas de nieve. Era bastante difícil porque se derretían como bolas de nieve. El problema es que allá en mis pagos era un huevo conseguir una pelota. Era un símbolo del capitalismo. Pero no importaba, nos arreglábamos. A esa simple edad de doce años comprendí que si no me hacía jugador de fútbol, mi vida corría el peligro de ser una porquería: o terminaba involucrado en el mercado negro en alguno de sus múltiples rubros o acababa trabajando como negro en una planta nuclear. Por eso, hice todo el esfuerzo posible por dedicarme al deporte más lindo del mundo.
El cuadro en el que comencé a jugar profesionalmente fue el Zenit de San Petersburgo. No considero una casualidad que cuando jugué mi primer partido me sentí en la cima de la bóveda celeste. Como mi desempeño no fue menor, me llevaron al Dinamo de Kiev, en Ucrania. El viaje duró treinta y dos días, de los cuales treinta transcurrieron en tierra rusa. Cuando llegué a Kiev, sentí que ya estaba más maduro. Jugando para el mejor equipo de Ucrania, convertí 48 goles, aunque no todos en el mismo encuentro.
Años después me ficharon del Logroñés, un intrascendente equipo español que estuvo diez años en Primera División. Pero me estaría haciendo el crack si dijera que tuve algo que ver con ello. Cuando llegué, ellos ya estaban en primera desde hacía unos años, y cuando me fui aún seguían allí. Yo era consciente de mis limitaciones. Mi don, más bien residía en el olfato para el gol. Siempre fui un jugador mediocre, pero me encontraba en el momento justo en el lugar justo. ¿Justicia divina? Quizás fui asistido en más de una oportunidad por el azar.
94a Copa del Mundo
Bueno, en el ‘94 fui al mundial con mi selección, salí goleador, junto con el búlgaro Stoichkov, y mi fama dio la vuelta al mundo, quizás en menos de ochenta días. Esa dichosa situación se resolvió en mi incorporación al Valencia FC, equipo al que me acarrearon como un fichaje cargado de futuro. Como yo no estaba preparado para tanta rosa, el destino puso las cosas en su lugar. Empecé a tener visiones empapadas en horror y mi estado psíquico comenzó a zozobrar. Me tuve que ir de Valencia cuando acusé al entrenador de haberse deglutido a mi mujer en un ataque de pánico escénico. Estaba acabado.
Empecé a jugar a este deporte implacable con bolas de nieve. Era bastante difícil porque se derretían como bolas de nieve.
Sin embargo, no fue así. Después estuve en Glasgow jugando para el Rangers, y luego en un equipo turco cuyo nombre me tiene sin cuidado. También pasé por Córdoba a saludar a un amigo, y literalmente colgué los botines en Polonia, sobre el cableado de luz de la cuadra donde residía.
No, no estaba vendiendo drogas ilegales. Se trataba de pequeños pedidos de ciertos productos difíciles de adquirir para unos jóvenes simpáticos que vivían en la zona. Volví a San Petersburgo, pero tuve que huir porque había gente que tenía una visión distinta sobre cierto episodio de intercambio de mercaderías en el que participé. Dejaron de seguirme cuando les pude reintegrar un dinero que obtuve vendiendo mi bota de oro del Mundial de Estados Unidos 1994 a un jeque árabe. ¿Qué se le va a hacer? Así es la vida.
Oleg Salenko – el presente
Hoy día, a veces me invitan para jugar con la selección de fútbol playa, que es como jugar al fútbol pero en un tipo de territorio hecho con una tierra bien fina y suave que se forma cerca de las costas de algunos recónditos lugares del mundo.