Hola, yo soy Gerd Müller. Si “los goles no son baratos”, yo debería ser uno de los hombres más ricos del mundo. Sin embargo, la frase es apenas un verso de aquella canción que grabé en 1974. Vaya uno a saber en qué estaba pensando. Espero que cuando me muera, algún ángel me pregunte de qué cosas me arrepiento en mi vida, para comenzar la enumeración con ese episodio. En el artículo anterior hablamos de Marco Antonio Etcheverry.
Mi nombre es Gerhard Müller, pero mis amigos me dicen Gerd y los demás Bombardero. Este apodo no me lo gané en la guerra, sino que es consecuencia directa de que algún perspicaz observador haya comparado mi estilo de juego con la utilidad de un bombardero. ¿Habrá sido un acto de malicia? Quiero creer que no. Sepan que, en la Bundesliga anoté 365 goles en 427 partidos, mientras que efectué 68 goles en 62 partidos internacionales. Es decir que, de haber sido un bombardero, hubiera eliminado más de una persona con un mismo proyectil, en más de una ocasión.
El equipo que teníamos en 1970 fue la mejor selección alemana jamás conocida por el hombre. Sin embargo, el campeón fue Brasil, quizás porque contaban con Pelé, un mediocre actor que hizo un gol de chilena en la película Victory
Gerd Müller – comienzo de carrera
Pero mi carrera no fue fácil. Desde el inicio tuve que demostrar mi valía para poder obtener la posibilidad de dedicarme al fútbol, en lugar de ultimar vidas humanas.
Cuando me aparecí en los entrenamientos del Bayern Múnich, en el año 64, el entrenador esbozó una pregunta: “¿Y qué voy a hacer yo con un levantador de pesas?” Lo tomé como un halago, pero la risa de mis compañeros me sugirió lo contrario. El de bigote recortado se estaba burlando de mí. Pude haberlo cagado a trompadas, pero no lo hice. De haberlo hecho, tan sólo hubiera logrado darle la razón. Aunque también le hubiera roto la cara. Pero esto no fue así, sino que me aguanté y tragué saliva.
En el campeonato, comía banco como un castor, cuando afortunadamente plugo al cielo que un día me dieran la oportunidad que reclamaba. No yo, sino el presidente del club. Él logró convencer al entrenador para que me eligiera en la alineación inicial contra el Friburgo. En ese partido convertí dos goles, y el DT pasó de llamarme “levantador de pesas” a “gordo y bajito.” ¡Qué individuo difícil de complacer, por favor! Aún así, de a poco, dos goles por partido, fui logrando ablandar al maldito cretino. En los últimos partidos del torneo, ya me llamaba por mi nombre.
En la Bundesliga anoté 365 goles en 427 partidos, mientras que efectué 68 goles en 62 partidos internacionales. Es decir que, de haber sido un bombardero, hubiera eliminado más de una persona con un mismo proyectil, en más de una ocasión.
Vida desde 1965
Al año siguiente, 1965, junto con Sepp (Maier) y Franz (Beckenbauer) y otros siete jugadores -perdón, ocho jugadores- conseguimos el ascenso del Bayern Múnich a la Bundesliga. Pero no nos fuimos apenas obtuvimos ese logro, como hacen muchos jovencitos hoy día, sino que nos quedamos a defender los colores de nuestro equipo. La primera temporada culminamos terceros, y obtuvimos la Copa de la DFB. Mientras el hombre llegaba a la luna, nosotros nos proclamábamos campeones de Alemania. Pero no quiero aburrirlos enumerando los títulos que le dimos a nuestro equipo, y que hoy cimentan el slogan de que “Si es de Bayern, es bueno.” No obstante, no puedo dejar de señalar las tres Copas de Europa consecutivas desde 1974 a 1976, año en el que vencimos al Cruzeiro de Brasil logrando la Copa Intercontinental.
Ustedes se preguntarán con qué tupé me vanaglorio de las hazañas de todo un equipo. No los condeno, a ustedes, pero sí los increpo: ¿acaso ignoran que fui el máximo goleador del club desde 1964 hasta 1978, erigiéndome el goleador de la Bundesliga en siete temporadas? Para ejemplificar, en la temporada 1971/1972 coseché 67 goles en 55 partidos.
Siempre que me preguntaron por el origen de mi fuerza, respondí que se debía a la ensalada de papas que hacía mi madre. “Cada papa es un gol”, me decía, “cuantas más papas comas, más goles harás”. Quizás si se me practicara una autopsia, se descubriría la misma cantidad de papas comidas que goles he realizado. Seguramente, varias de esas papas sean blancas como la casaca tedesca.
Gerd Müller – juego para la selección nacional
Jugué por vez primera para mi selección en 1966, en un partido contra Turquía que ganamos 2 a 0. En el Mundial de 1970, fui Bota de Oro, gracias a los 10 goles que hice, todos en el arco rival, que no siempre fue el mismo. En mi opinión, el equipo que teníamos en 1970 fue la mejor selección alemana jamás conocida por el hombre. Sin embargo, el campeón fue Brasil, quizás porque en ese equipo contaban con Pelé, un mediocre actor que hizo un gol de chilena en la película Victory.
Pero no hay mal que dure cien años. Apenas dos almanaques debimos cambiar para festejar. En 1972 ganamos la Eurocopa y en 1974 el Campeonato Mundial, organizado en nuestra propia tierra. La final de la Eurocopa fue contra los rusos, que en esa época no existían, y la final del Mundial fue contra Holanda, selección que parecía jugar con más de una pelota.
Ah, y yo hice el gol de la victoria: la pelota me llega al área de un pase de Bonhof, me voy entre dos jugadores holandeses y entonces tuve que volver porque la redonda me quedó atrás. Lo toco con la zurda, giro un poco y, de repente, la pelota estaba adentro; es decir, gol.
Apenas terminó el Campeonato, anuncié mi retirada del fútbol internacional, a la edad de veintiocho años. Siempre se ha dicho que lo que motivó la colgada de los botines internacionales fue la prohibición de que nuestras mujeres participaran en el banquete celebrado después de la final, pero el hecho de que hayamos tenido que limpiar todo nosotros no tuvo nada que ver.
En el Mundial de 1970, fui Bota de Oro, gracias a los 10 goles que hice, todos en el arco rival, que no siempre fue el mismo.
Finalmente una pensión
Increíblemente, en 1979, el nuevo entrenador del Bayern Múnich me juzgó prescindible para su plantel. Pude haberlo cagado a trompadas, pero no lo hice. ¿Por qué? Porque me brindó la coartada perfecta para aceptar la cuantiosa oferta que me llegó desde Estados Unidos: me dispuse a cobrar un abultado sueldo durante dos años mientras jugaba para los Strikers de Fort Lauderdale.
Finalmente me jubilé por completo. Si bien había creído que la dicha acompañaría mis días de ocio y descanso, lo que aconteció fue que la tristeza se instaló en mi corazón. Para aliviarme, se me ocurrió poner mi corazón a remojar. En alcohol.
No resultó.
En ese oscuro período de ebriedad me dediqué a dos actividades primordiales: mirar televisión y pegarle a mi mujer. Pero afortunadamente, la gente del Bayern se apiadó de mí. Quizás gracias a los goles que hice para ellos. Me ofrecieron un contrato sin saber cuál sería mi labor. Comencé trabajando con los patrocinadores, principalmente de bebidas, para luego dedicarme a descubrir nuevos talentos y entrenar delanteros y goleros. No era un trabajo muy ambicioso, pero al menos me mantenía ocupado.