Como si la tragedia de 1949, en la que el club perdió al mejor plantel de la época, no fuera suficiente, el Torino padeció dos veces a Attilio Romero, un hombre que amaba al club. Pero hay amores que matan. En el artículo anterior hablamos de Jorge Campos.
Hay veces que al guionista de la realidad se le va la moto. La trágica historia del Torino es evidencia suficiente.
La tragedia de Superga
El “Grande Torino” de la década del 40 había ganado cinco títulos consecutivos en Italia y sobre finales de esa década, la selección italiana llegó a formar con 10 futbolistas del club en su once inicial. Pero el 4 de mayo de 1949, el avión que traía al plantel desde Lisboa, se estrelló contra la Basílica de Superga, en las afueras de Turín. En total fallecieron 31 personas, incluyendo todo el plantel del equipo. Los únicos que se salvaron fueron Sauro Toma y Renato Gandolfi, por la sencilla razón de que no habían realizado el vuelo.
Alas cortas de la estrella de Attilio Romero
La década del sesenta encontraría al club en un resurgimiento, en busca de recobrar el brillo de aquel Torino de los 40. Una de las razones de ese renacer se llamaba Luigi Meroni. El club había pagado 300 millones de liras por el pase de “Gigi”, el elegante futbolista proveniente del Genoa.
Su estilo de vida bohemio, que le daba una presencia fulgurante en la cancha, lo convirtieron en un ícono de la institución entre 1964 y 1967. El equipo del 67 acabaría levantando la Copa Italia y era firme candidato al Scudetto, pero un golpe del destino se interpondría en ese plan.
La noche del 15 de octubre de 1967, Meroni, junto a su compañero Fabrizio Poletti, fue a tomar una copa a un bar de la ciudad, tras derrotar a la Sampdoria por 2 a 1. Pero luego de estacionar su vehículo, “Gigi” fue embestido por un automóvil. La estrella fue conducida a un hospital, pero poco quedaba por hacer. Con tan solo 24 años, el “beatnik del gol” se despedía para siempre.
No servís para volante
Pero esta historia alcanza ribetes más particulares aún, cuando nos enteramos que el conductor del vechículo era Attilio Romero. Fanático del Torino, el muchacho de 19 años se declaró culpable y se sumió en una gran depresión por haberle cortado las alas a la mayor promesa de su equipo. No obstante, la defensa que llevaron adelante sus abogados (pagados por su adinerado padre), logró que Attilio fuera absuelto. Pero en su conciencia, Romero seguía asediado por lo que sucedió aquella noche.
Con los años, Romero se convertiría en un exitoso gerente de la Fiat, la marca del coche que conducía aquella noche. Eso llevó a Francesco Ciminelli -nuevo propietario del Torino- a elegirlo como presidente del club en 2000. Era la oportunidad de Attilio de intentar devolverle al Torino aquello que le había quitado 33 años atrás. Su conducción comenzó con buen pie, pero pronto empezó a mostrar la cara de un presidente codicioso, que se excedía en contrataciones y al que los resultados no acompañaban. Como si fuera poco, la mala gestión económica comenzaba a notarse, al punto que en 2005, se le negó al club poder participar en la Serie A, a la que había ascendido, por deudas con la Federación Italiana de Fútbol y evasión de impuestos continuada.
Pero faltaba lo peor: el club sería declarado en bancarrota y dejaría de existir como tal, un año antes de cumplir 100 años. Con el tiempo, el equipo resurgiría, pero el futuro de Attilio Romero no sería el mejor: fue condenado a dos años y medio de prisión por malversación de fondos y manejos espurios de dinero. El hombre que había matado a Meroni, ahora mataba -literalmente- a la institución.