Claudio Elias, el uruguayo al que le asignaron la 10 en el FIFA 98, le admitió a Aguanten Che que hoy le hubiera gustado tener el juego para mostrárselo a sus hijos. “Hoy, están todos los equipos y todos los jugadores, antes no era así. Me enorgullece”, comentó. En el artículo anterior hablamos de Oleg Salenko.
Está próximo a cumplir los 40 años, hace ya seis que se retiró y desde hace tres meses es gerente de Progreso. “No es un cargo tan dirigencial, si no más bien mirando el pensamiento del jugador, soy un mediador entre el futbolista y el dirigente”, explica Claudio Elias, el zaguero que también jugó de volante, que pasó 27 de sus 29 carnavales en el club gaucho.
Para los que en la década del 90 tenían más de 15 o 20 años, Elías fue un zaguero surgido en Progreso allá por el 92, que se dio una escapadita en el 96 a Central pero que no tardó en volver al gaucho. Que le perdieron un poco el rastro porque cuando arrancó el siglo XXI el se fue a jugar al otro lado del mundo, a China, y que desde ahí hasta su retiro apenas si pisó unos meses Uruguay para jugar en el Deportivo Maldonado o en Fénix.
Para quienes somos de fines del 80 y principios del 90, Claudio Elias era, lisa y llanamente, ese jugador sin mucho renombre pero que, por alguna razón, los creadores del FIFA 98 le asignaron la 10 en la selección uruguaya.
El Claudio Elias celeste
“El que lo hizo se equivocó”, recuerda hoy, entre risas, Elías junto a Aguanten Che. “Tenía ese dato, sí. No te digo que me arrepiento, pero me quedó en el tintero haber conseguido el juego y mostrárselo a mis hijos. Nunca se me dio por buscarlo, nunca lo quise tener. En ese momento habían otras cosas, otras prioridades, yo lo único que quería era jugar y andar bien. Mucha gente en el barrio lo tenía, pero nunca lo pedí”, explica.
Elías, nunca usó la 10 en toda su carrera. Cuando fue citado a la selección, utilizaba la 5 o la 8, pues lo colocaban en el mediocampo. Allí se dio el gustazo de jugar junto a Francéscoli, Poyet, Bengoechea, Cedrés, Diego Dorta o Aguirregaray. Dice que de ellos aprendió cosas que no se las olvidará jamás.
Se acuerda cada partido que jugó en la mayor (también hizo carrera en las juveniles): contra Perú, en el Centenario, contra Colombia, Estados Unidos, Yugoslavia e Israel, siempre en el país rival y contra Inglaterra en Wembley. “Fue, junto con el Centenario, el estadio con más historia de los que pisé. Acá están acostumbrados al Estadio y no se le da la importancia que en verdad tiene”, opina.
Ese puñado de encuentros le bastó para que alguien del FIFA se fije en él y lo incluya en el combinado charrúa. “Es un orgullo y por partida doble, porque fue uno de los primeros juegos de la saga, porque hoy te salen todos los cuadros, hasta los de la B, pero en ese momento eran muy pocos los que lo tenían. Es un honor”, dice sin ponerse colorado.
Abran la cabeza
Hoy, en su nuevo rol, Elías busca un cambio de mentalidad en el futbolista. “No digo que los de hoy no lo sean, pero antes había hombres en los planteles. Había más códigos. Subías a Primera con 22 o 23 años, aunque yo tuve la suerte de hacerlo antes. Ahora es mucho más fácil y hasta pasan de un cuadro a otro en cuestión de meses”, comenzó su teoría.
“Hoy, se pierde un partido y los jugadores lo toman como algo normal. Cuando yo perdía, la calentura me duraba hasta el miércoles siguiente, cuando se comenzaba a planificar el siguiente encuentro”, detalla y asegura que está tratando de imprimirle ese pensamiento al plantel gaucho. “Con algunos es más difícil que con otros, pero para nada es una batalla perdida”.
Dice que cuando subió había pesados de verdad, como Marcelo Rotti, Chingo Gómez, Alexis Noble o el Zurdo Viera. Que se necesitan jugadores así en cada equipo del fútbol uruguayo para guiar a los más jóvenes.
“Yo trataba igual al presidente que al equipier, hoy cualquier gurí te habla de cualquier manera. No puede ser así”, continuó, para que su idea quede aún más clara.
La experiencia oriental
Elías fue en el 99 a jugar junto a la selección -que se formó mediante un combinado mixto- la Copa Marlboro: ganaron la primera y al año siguiente cayeron en la final ante el anfitrión, China. Sus compañeros se volvieron, él no.
“Tengo los mejores recuerdos”, asegura. Dice que sigue trabajando y yendo a China, donde tiene buenos contactos. “Es un país al que no le falta nada; te tratan bien, la gente es muy amables y son profesionales al 100%. Además, hoy hay restaurantes brasileros, argentinos. Podés extrañar a la familia, pero es muy difícil no adaptarse a allá”, explica.
Estuvo allí tres años, interrumpidos y en tres equipos diferentes. También jugó en Chile, Colombia, Ecuador y Brasil, antes de retirarse en Fénix.
Hoy volvió a su casa, ve a un Progreso “mucho mejor que antes” y recuerda siempre que alguna vez fue elegido como el 10 de la selección en un juego de tiraje mundial. Lamenta no tenerlo pero, íntimamente, no cesa en su búsqueda. Por ahí, un amigo de un amigo se lo presta y, así, sus hijos podrán ver a su papá birlándole el número a un tal Enzo Francéscoli.